"Como médica, he enfrentado situaciones que nunca había imaginado. He trabajado desde la trinchera, sin descanso ni posibilidad de derrumbarme y con miedo de contagiar a mis seres queridos", dice, a sus 35 años, Ileana Pesa, especialista en diagnóstico por imágenes y jefa de ese servicio en el sanatorio 9 de Julio. Su relato se adecúa a la realidad que han vivido y viven a diario, desde la llegada del coronavirus, otras mujeres. Para ella y ellas -sin embargo- no hay cuarentena. "Tuve que convertirme en una estratega para repartir el tiempo entre mi trabajo, mis hijos y las ocupaciones de la casa. Volver a toda velocidad, previo ritual de desinfección, para conectar a los niños a una clase virtual o ayudarlos a entregar sus deberes", prosigue. La pandemia ha provocado, entre otras cosas, que las mujeres deban dedicarle más tiempo a las tareas domésticas. Y esa sobrecarga ha denigrado otros aspectos de sus vidas.
Tal sentencia no es una percepción, sino una evidencia: entre agosto y octubre del año pasado, el Laboratorio de Políticas Públicas para el Desarrollo Humano Equitativo de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Nacional de Tucumán ha efectuado una encuesta entre 700 personas, con preponderancia de clase media profesional y media alta. Los resultados preliminares revelan que mientras los hombres tucumanos colaboraron con las ocupaciones de la casa hasta un 35 % de su tiempo, las mujeres lo hicieron en un 52 %. Como tareas de la casa se incluyen la limpieza, la cocina, el lavado, etcétera. El apoyo escolar, el cuidado de menores y el cuidado de adultos mayores han sido separados en otros tres rubros. Es de esperar que cuando esas respuestas sean procesadas, la dedicación total crezca más todavía. "En este contexto, las mujeres están menos disponibles para trabajar que los hombres. Y cuando pueden salir, tienen menos empleo. Y a igual capacitación y formación, ganan menos", declara la economista Florencia Correa Deza, una de las autoras del estudio, junto a su colega Beatriz Alvarez y a la estudiante Agostina Zulli. A todas luces, el foco de la desigualdad en el mercado laboral tiene su origen la distribución de los cuidados en el hogar. Por ello -explica la especialista-, es menester que existan sistemas de cuidados en el sector privado, para las familias profesionales, y en el Estado, para aquellas mujeres más vulnerables que, a su vez, son empleadas en las viviendas.
La investigación de la UNT se condice con un estudio de ONU Mujeres, la entidad de Naciones Unidas para la Igualdad de Género y el Emponderamiento de la Mujer, que indica que las mujeres se están perdiendo oportunidades de empleo y de formación y que su salud física y mental está empeorando debido a la recarga de labores. Esta situación plantea, además, un riesgo real de volver a los estereotipos de género de los años ´50. Por su parte, el Indec efectó un estudio sobre el impacto de la pandemia, cuyos resultados indican las madres han sido quienes han dedicado más tiempo a la limpieza y cuidados, hasta en un 70 % de los casos.
Todas estas cifras tienen nombre y apellido, como Cecilia Merino, una empresaria y abogada de 45 años para quien la cuarentena fue dura. Estaba exhausta; sin vida personal. "Hoy, por ejemplo, dije 'voy a trabajar desde mi casa': no logré concentrarme. No logré encontrar una hora, 60 minutos seguidos, para trabajar", explica detrás de la pantalla del celular que permite la entrevista. Y para graficar lo vivido en la fase más estricta del aislamiento, vuelve a ejemplificar con un típico día suyo. "Llegan los chicos del colegio, tengo que sentarme con ellos a hacerlos estudiar, retos, amenazas y la mar en coche, después les preparo la merienda, los llevo a taekwondo, paso a hacer unas compras, mientras manejo pongo una capacitación para escuchar e ir ganando tiempo, pienso 'qué vamos a comer esta noche ', llamo a Pedrito para que baje algo del frezzer. ¿Ves? Las mujeres tenemos treinta mil casillas en movimiento a la vez. Y lo mejor de todo, es que no damos tiempo. ¡Podemos con todo!", exclama, con un tono en el que se mezclan el agotamiento y la satisfacción. Pero con la pandemia, ese modo de vida colapsó. No hubo cómo darse tiempo. Para muchas, se hizo insostenible. "Me volvía loca sin empleada. Se invisibiliza la carga de la casa como sino fuera una carga enome", recuerda.
A juzgar por su relato, el coronavirus ha exacerbado algo que estaba latente en términos de desigualdades. De hecho, el reporte de Naciones Unidas remarca que el problema es que con frecuencia las tareas domésticas no son consideradas trabajo, aunque sean igual de laboriosas que cualquier empleo remunerado. La psicóloga Daniela Esper, 40 años y madre de tres niños, abona este planteo: "a mi manera de ver, se considera que las mujeres, por estereotipos y roles sociales, nos adaptamos a los efectos de cumplir mandatos que nos asocian con ser buenas madres, buenas amas de casa y buenas profesionales. Y no se valora el peso mental que implica la crianza y lo doméstico".
La otra derivación de la covid-19 es que ha afectado a gran escala los niveles de estrés femenino, remarca Esper. La salud mental de las mujeres sufrió de manera desproporcionada. "Quedaron al desnudo la desigualdad en la crianza compartida y en las tareas domésticas. Es más fácil para la mujer dejar de lado su proyecto laboral porque, en general, es la que menos aporta. Y en consecuencia, volver a cumplir con los estereotipos de cuidado. Claramente, hubo un retroceso", apunta decidida.
En definitiva, en la mayoría de los casos, la pandemia ha agudizado un viejo problema del género: la desigualdad. Quizás las cosas no vayan a cambiar en un futuro cercano, sino que haya que esperar a que las hijas y las nietas de estas madres sean adultas. Pero reconstruir con igualdad se impone en las agendas de los estados, de los privados y de las sociedades civiles.
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